El motivo de este viaje era una comida con ex alumnos del instituto donde estudié, y también, si fuera posible, reencontrar a alguien de mi pasado, con quien he tenido contacto a través de internet desde hace unos meses.
Mi cuñada acababa de preparar el café cuando recibí un mensaje: - Me he podido escapar del trabajo y subo a verte. ¿Desayunamos? Me puse nerviosa, porque lo que era pura teoría estaba a punto de ser una realidad. Habían pasado más de cuarenta años y tendría delante al chico que en mi adolescencia y primeros años de juventud me hacía temblar con sólo rozar mi cintura con sus manos. Miguel, el chico que conocí en la piscina.
Me hice muchas preguntas en lo que tardó en llegar, porque pese a que habíamos intercambiado alguna foto actual, nuestro recuerdo era el de unos chicos jóvenes que apenas despertaban a la edad adulta. Pero curiosamente, ni las arrugas, las canas y algún kilo de más consiguieron ocultar quienes éramos. Él era la misma persona y yo me sentí también la misma de entonces, con el mismo corazón y el mismo latir de tantos años antes. Por unos instantes, tuve la sensación de que el tiempo no había pasado.
Nos saludamos como viejos amigos y la conversación fue tan fluida como fácil. Pese a los cuarenta años pasados, yo tenía la sensación de haberle visto el día anterior. Decidimos dar un paseo retrospectivo por los lugares de nuestra memoria. La piscina, la estación de tren, la plaza del ayuntamiento, su antigua casa, la cafetería donde fuimos a desayunar...
El tiempo es caprichoso, a veces pasa lentamente, y otras se va sin que te des cuenta. Con Miguel ocurre lo segundo. Se estaba haciendo la hora de ir a comer, y como me ha pasado cada vez que lo he tenido cerca, prioricé su compañía a la de muchos ex alumnos que ni siquiera recordaba. Llamé a una amiga para disculparme por el plantón y lo entendió perfectamente.
Fuimos a comer a un sitio nuevo que no conocíamos ni él ni yo. Fideuá, arroz con pollo al curry y macedonia de frutas con helado de mojito. Algo sin muchos artificios, pero todo el mundo sabe que con buena compañía, un menú sencillo sabe a plato de estrella Michelín. De camino hasta la casa de mi hermano el silencio se dejaba oír. Fueron unas horas de muchas emociones y tampoco hace falta hablar para saber que las despedidas no apetecen. De modo que no lo hicimos, nos dimos un abrazo fuerte y solo nos dijimos “hasta luego”.
Ya en casa de mi hermano, una vez recogido mi poco equipaje y haciendo tiempo hasta la salida de mi autobús de regreso, me entretuve viendo el álbum de fotos de su segunda boda. Junto a una de ellas encontré un breve texto cuyas palabras tomé prestadas para incluirlas en este relato, porque me parece precioso y refleja bien mi sentir.
“La chica de sal se había enamorado del mar escuchando su susurro azul en una caracola.
La creyeron loca y le prohibieron acercarse a él, pero una noche, desoyendo la orden atravesó el maizal decidida a encontrarse con su amado, y con la caricia de la luz de la luna se acercó a la orilla con el deseo de sentirlo.
Cuando una ola mojó sus pies de sal comprendió que ya no podría dejarlo.
Cuando una ola rozó sus pies de sal, tuvo la certeza de que ya no habría regreso.
Se hizo agua de mar…” (Autor: José Buendía).
Te felicito por ese reencuentro, porque a veces la vida nos da sorpresas que nos llenan el alma de recuerdos.
ResponderEliminarQué bonito dios, me has hecho volar la imaginación aquellos amores de juventud, que aún se guardan en la memoria en un lado especial. Un besote muy grande y repito felicidades por esas horas mágicas.
Hola Campirela, fue un día maravilloso. Voy a guardar su recuerdo como el más valioso de los tesoros. Muchas gracias por tu amable comentario y atenta lectura.
EliminarUn beso.
Qué bonita historia, está escrita desde el presente pero tiene la melancolía del tiempo vivido en la juventud y aún así, es alegre y deja buen sabor de boca.
ResponderEliminarBesitos.
Hola Noelia. Es una historia muy bonita de la que aún no conozco el final. Me alegro que te guste.
EliminarGracias por tu visita.
Un beso.
Estoy de acuerdo con Campirela, seguro que fueron mágicas y maravillosas esas pocas horas, casi puedo sentir lo que tu sentiste Ardilla, por como lo expresas, ya nos dirás el final de la historia, si es lo tiene.
ResponderEliminarHola, persona sin nombre. Si he sido capaz de transmitir mis emociones en este relato me alegro mucho, porque no tendría sentido escribir cuando eso no se logra. El final de la historia lo desconozco. Si lo tiene y es bonito lo sabréis,
EliminarGracias por tu comentario, como te llames. :-)
Buen relato. Solo resta saber cuanto duró ese "hasta luego" yo no lo extendería demasiado. Besos
ResponderEliminarLeyendo hacia atrás he seguido la historia, y un poco confundido me pregunto.... qué me pregunto?, uf se me olvido...quizás sea el paso del tiempo sólo una advertencia. No te pares cuando tengas una idea, termínala, o no recordaras nada.
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