Agosto de 1978. Semana de las fiestas del pueblo.
Tal vez era lunes, no lo recuerdo, pero si el brillante sol de esa mañana y la ligereza que da estar aún de vacaciones. La piscina municipal era un reclamo cercano donde combatir el calor veraniego y con mis amigas del barrio íbamos a diario, desde las diez de la mañana hasta la una más o menos. Disponíamos de tres horas despreocupadas en las que sólo queríamos jugar en el agua, tomar el sol, y por supuesto hablar de chicos. Todo el mundo sabe que con dieciséis años no se piensa en mucho más.
Siempre he sido una persona muy tímida. Pensar que alguien me viese quitarme la ropa y quedarme en bikini, era suficiente para encender mi cara de color rojo amapola. En realidad nunca vi a nadie mirarme, pero así era yo entonces.
Esa mañana, al entrar en el recinto le vi por el rabillo del ojo. Un chico alto, delgado, de músculos discretos pero bien definidos, con la media melena que se llevaba entonces, y una mirada traviesa y punzante que me ponía nerviosa perdida. Ahora lo sé, las hormonas hicieron de las suyas conmigo, porque estaba con más gente y no sabría decir si eran chicos o chicas, altos o bajos, morenos o rubios.
A pesar de mi timidez intentaba captar su atención de las formas más absurdas. Me aplicaba protector solar, me tumbaba sobre la toalla, entraba en el agua, salía... Y hacía como que no le veía, pero le vigilaba. Cuando él iba a darse un baño, se sumergía, le perdía de vista un rato mientras buceaba, y al ratito emergía como Poseidón por la escalera que tenía frente a mi. Lento, se alejaba caminando por el borde hacia su zona, dejando tras de sí las huellas de sus pies mojados; las cuales poco a poco y sin remedio morían evaporadas con el efecto del sol.
En la semana de fiestas, se instalaron en el pueblo los autos de choque y como no había mucho más en qué entretenerse, las tardes las pasábamos allí. Si alguien de la pandilla te invitaba a subir, genial y si no, escuchabas la música que salía de los altavoces y mirabas cómo los demás se divertían. Una canción en concreto sonó mucho esos días -Niña de los ojos verdes- de Manolo escobar. Se ve que al encargado le gustaba esa canción, o alguien se la pedía. No lo sé.
El caso es, que escuchando esa canción, el chico de la piscina, Miguel, estando yo apoyada en una barra frente a los altavoces se acercó a mi.
-¿Quieres subir? Me dijo.
Él no era de la pandilla pero no le había quitado el ojo desde que le vi y desde luego acepté.
Los días siguientes pasaron entre baños de agua y sol, helados y viajes en los autos de choque.
Acabaron las fiestas y con ellas el verano. Los autos de choque se fueron y la piscina cerró. Miguel, regresaba a su ciudad y aunque hoy parezca extraño, en aquel tiempo no había móviles, ni redes sociales con las que mantener contacto, se entregaban fotos y se escribían cartas en papel, de las que llevan un sello y se echan en un buzón. Cuando nos despedimos, a Miguel le di mi foto, sin embargo, ni él ni yo pensamos en escribirnos. ¿Para qué, si en el verano siguiente nos veríamos de nuevo?
Llegado septiembre regresé al instituto y la ausencia combinada con la distancia al final crearon el olvido. No recuerdo cuantas veces viajé con Miguel en los autos de choque. Tal vez no fueron muchas, no obstante, esos momentos iban a marcar mi vida.
1/3
Esos primeros amores marcan mucho porque son muy bonitos.
ResponderEliminarBesos
Ay! Mi Tracy
EliminarSon los mejores.
Gracias por tomarte la molestia de leer.
La historia no acaba aún. A ver qué te parece el resto.
Un beso, linda.