Queridos viajeros del “Sábado de Mercedes”, como ya anticipé la semana pasada, Eros nos visita. Espero que en vuestras mochilas, no haya nada impropio del dios griego. Si veo palabras groseras, expresiones burdas, pantalones bajados o manos que no estén a la vista, quedaréis castigados y no pasaré a recogeros.
La pastilla del mareo es amarilla, si habéis tomado azules, tendréis que ir andando ;p
Sin más, aquí está mi aportación. Es un relato retocado. El original lo escribi en febrero del 2007 Espero que os guste. Feliz viaje a tod@s :)
Ardilla Roja y el Lobo
Era cálido y olía a agua de Loewe. Me aferré a su cuello al bajar del coche y confundida por la bruma que empezaba a deslizarse entre los árboles, me pareció alguien distinto al tipo“cachas” que salió conmigo del pub.
-¿Te conozco? balbucí algo aturdida. Sonrió poniendo su dedo índice sobre mis labios, pero no dijo una sola palabra. Me tomó de la mano y me invitó a entrar en la casa. En la chimenea del salón, agonizaban lánguidas brasas, que fueron avivadas al momento por sus expertas manos. Las sombras, hasta ese instante adormecidas, comenzaron a hacer cabriolas en las paredes y reflejos anaranjados acariciaron tibiamente nuestras pieles.
Se acercó a mí como si fuese a besarme en la boca y cerré los ojos esperando el contacto de sus labios con los míos; pero el beso, esquivo, fue a posarse en la línea curva que hace mi cuello junto al hombro. A pesar del fuego, que devoraba con ardor los troncos en la chimenea, sentí un fuerte escalofrío. Me sentía turbada, confusa, no tanto por lo que había bebido, si no por la situación. Visceral e impulsiva, había entregado sin reparos las llaves de mi coche a un completo desconocido. Algo me decía que debía salir de allí mientras me quedase un poco de cordura; pero a la vez, el aroma de su piel, la tibieza de su aliento, la dulzura de su tacto, me tenían magnetizada..
Me desabrochó la blusa sin brusquedades. Se notaba que sabía tratar a una mujer. Sin prisas, puso su mano sobre uno de mis pechos. Lo presionó con suavidad, rozando apenas la rugosa piel frambuesa, que al contacto con sus dedos quedó rígida; ofreciéndose erecta como un caramelo de gominola, al que sólo faltaba el cristal del azúcar. Dio una vuelta en torno a mí acariciándome la cintura; despacio, como un lobo que acorrala a su presa, que la hipnotiza y la deja como él me tenía a mí; inmóvil, alelada y a su completa merced.
Por la ventana se veía el bosque sumergirse en la más intensa negrura. En la chimenea, crepitaban los troncos haciendo bailar el fuego con desenfreno, y mientras mi lobo exploraba esta nueva tierra, la primavera parecía renacer. Montes, colinas, valles… El monte bajo bordeado de musgos y humedales, olía a encina verde y a violetas. Y así, poco a poco, inmersa en boscosos aromas fui reavivando sensaciones dormidas por lo remotas.
La textura de su piel, su barba de dos días cosquilleando en mi ombligo, la soltura de sus manos, hacían crecer en mí un río de amplias orillas; un amazonas tórrido e impetuoso, deseoso de ser navegado. Las mías, al timón de una barca ansiosa por hacerse a la mar, trazaban círculos bordeando márgenes en un camino ya sin retorno.
Había llegado el momento de soltar el remo, zambullirse, y nadar. Sumergirse como un pez en las aguas más profundas, dejarse arrollar por las olas y mojarse de salpicaduras saladas. Bailar juntos, muy pegados como dice la canción; haciendo piruetas de delfín, acunados por el mar de las emociones. Bracear y empujar con fuerza, como un salmón que navega río arriba, una vez… y otra… y otra...En pocos minutos un maremoto sacudió mis entrañas e inconsciente, quedé de nuevo abrazada a él.
Desperté por la mañana con una fuerte sensación de resaca, más de sexo que de alcohol, bajo su atenta mirada. Sus ojos, zainos e inquietantes como la noche más oscura, se entretenían en recorrer ahora, el vaivén de mis pestañas.
-¿Estoy muerta? Le pregunté bobamente intentando no ahogarme en la profundidad de sus ojos. Volvió a taparme la boca con el dedo, pero esta vez si habló.
-No estás muerta, sólo un poco loca y puede que yo también lo esté, pero me gustas. Es lo único que sé. Por cierto, mi nombre es Roberto. ¿Cómo quieres el café?
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