Suelo pasear por las inmediaciones del lago artificial que está cerca de mi árbol. Y ya se sabe que a las de mi especie nos gusta corretear y saltar de rama en rama sin prestar demasiada atención a lo que ocurre, pero yo no soy una ardilla común, me llaman la atención ciertas cosas.
Estaba degustando unas bellotas encaramada en la gran encina que está cerca de la orilla, cuando la he visto muy quieta sobre la hoja de un iris amarillo. Es Niusa, la pequeña libélula y primera bailarina del estanque.
Estaba cabizbaja, apática, triste; ajena diría yo, a las caricias que el sol le estaba prodigando con sus largos y tibios dedos. Bien parece que ese hilo invisible que mantiene vivos los corazones de las libélulas haya sido cortado y la pequeña Niusa haya olvidado incluso quien es.
Las ardillas no conocemos el lenguaje secreto de las libélulas y no es algo que hubiese echado de menos, me bastaba verla bailar con la luz del sol a ritmo de bolero o cha-cha-cha, dando vida a singulares y bellos arcoíris tornasolados a través del prisma de sus finas alas.
Si pudiera le diría que entiendo su melancolía, que las lágrimas de ahora le impiden ver el reflejo de su cuerpo azul en el lago, pero antes de lo que imagina, sus grandes y garzos ojos volveran a mirarla desde el espejo del agua. Le diría que pronto sentirá ganas de bailar un bolero con el sol; sin embargo, no puedo.
Si tu conoces su lenguaje, habla con ella.
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