Las hojas de la higuera movidas por una ligera brisa forman un baile de luces y sombras en la pared del cuarto. Desnudo y derrotado por el cuerpo a cuerpo mantenido minutos antes, permanece inmóvil y con los ojos cerrados, sonríe. Su torso perlado de sudor desprende destellos de oro y el pequeño colibrí que habita en mi vientre, ya saciado, ha cesado su aleteo. Agradecida, dibujo caracoles en su pelo con mi mano
En el reloj de la iglesia suenan las diez y como cada fin de semana, el cortacésped de algún vecino entonará su monótono ronroneo hasta el mediodía. Los dedos de la pequeña Christelle pulsan sin descanso las teclas del piano de madame Thiebault y sus notas, en escalas discontinuas cruzan el jardín hasta los pies de nuestra cama. Poco a poco el barrio despierta.
-¿Quieres tostadas? le pregunto haciendo amago de levantarme. Su ligera respiración me dice que se ha quedado dormido. Salgo de la cama despacio y procurando no hacer mucho ruido cierro la ventana y tomo la ropa del armario.
Antes de salir del cuarto me giro un instante a mirarle. Parece tan frágil cuando duerme... Con la ternura que se arropa a un niño, lo cubro y le doy un beso. -Descansa un poco más, le digo en un susurro. -Luego te llamo.
Con que ternura cuentas ese despertar que puede darse a la vez en muchos puntos del Planeta.
ResponderEliminarPero... tan distintos...
Bueno, Tracy. Era un momento tierno.
EliminarGracias por tomarte el tiempo y dejar tu amable comentario :-)