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jueves, 28 de mayo de 2009
La casa de la bruja y las glicinias
Por el torreón de tejado cónico que tenía en la planta superior, se ganó el nombre de “La casa de la bruja”. El césped del jardín se había convertido en una selva llena de zarzales. Las malas hierbas ahogaban lo que debió de ser una rosaleda resplandeciente y los desconchones de la fachada, dejaban patente su abandono. Sin embargo, o tal vez por ello resultaba seductora.
Se especulaba mucho sobre quien era su dueño pero lo cierto es que nadie lo supo nunca. Debió de pertenecer a alguna familia adinerada de Barcelona. A partir de 1865 se puso de moda tomar baños termales en alguno de los balnearios del pueblo, era habitual que los ricos de la capital tuviesen allí una segunda residencia.
-¿Oyes?- Decía Blanca agarrándome del brazo sin atreverse a alzar la voz, -seguro que es el fantasma de la bruja que está en la torre-. -¡No digas eso! le replicaba yo cogiéndome con fuerza del suyo, y sin soltarnos, corríamos hacia la escuela cada vez más rápido, con más prisa, más resueltas a dejar atrás el famoso espíritu que moraba en la vieja casona.
Al llegar la primavera, parecía que el fantasma se iba de vacaciones. La casa cambiaba de aspecto sin renunciar por ello a su enigmático porte. Las glicinias trepaban por las columnas del porche, por las paredes, salían a la calle por el enrejado de la cancela y por todas partes colgaban como uvas malvas sus racimos de flores. Atraídas por su intenso aroma, Blanca y yo acudíamos a ellas como moscas a la miel. Ella intentaba hacer imposibles ramos con unos tallos que apuntaban siempre hacia abajo. Yo me limitaba a acariciar las suaves corolas con la yema de mis dedos. Me gustaba ver sus delicados movimientos. Era imposible que alguien tan feo como una bruja, hubiese plantado aquellas elegantes y fragantes flores.
Años después la finca fue adquirida por una empresa de material de bricolage. En su lugar pusieron un almacén de cemento, maderas, herramientas de jardinería… Cuando paso frente a él, la calle me resulta extraña sin el peculiar perfume de las violáceas flores.
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¡Hola ardilla! Te vengo pisando los talones.
ResponderEliminarUna verdadera pena la desaparicón de ésa casa encantada que ha propiciado tan bonito relato.
Cada vez quedan menos lugares donde puedan vivir las brujas, los duendes, las hadas y todos aquellos seren que durante un tiempo necesitamos creer que existen...
¡Menos mal que siempre tendrán un lugar en nuestra imaginación!
Besos.
Un relato encantador, yo tenía una casa parecida, pero en lugar de glicinas tenía campanillas. Tampoco está hoy en día y la verdad, se hecha de menos. Ainss...
ResponderEliminarUn abrazo ardillita
Hay casas encantadas,
ResponderEliminarporque existe el encanto,
y hay otros ojos que miran,
lo que los nuestros miraron.
Y hay una voz, que nos dice,
fuimos niños que soñaron
y dentro del alma repite,
tus sueños no terminaron,
si quieres coje, mis sueños
y sigamos caminando.
P.D. tambien en mi pueblo, corríamos de niños aceleradamente,
para escapar de los miedos.
Y sin embargo ahora,
donde ellos vivieron,
la nostalgia se hizo dueño.
Un fortisimo abrazo Ardi.
Izara.
Los niños necesitan imaginar y una casa vacia y en ruina es una buena excusa para soñar .
ResponderEliminarPrecioso relato.
Abrazos desde Malaga.
ARDIIIIIIIIIIIIIIIIIII...COMO E GUSTO TU RELATO.CON LO PELICULERA Y FANTASIOSA QUE SOY..ME HUBIESE PODIDO CONOCER ESA MARAVILLOSA CSA ENCANTADA ,MORADA DE DUENDES,EL- FOS Y DEMAS CRIATURAS DEL BOSQUE.
ResponderEliminarBESICOS Y DIME ALGOOOOOOOOOOOO.REINA MIA.
MJ
Creo que me he quedado extasiada con el color y el aroma de esas flores violáceas. Sigue regalándonos estos pequeños placeres para los sentidos.
ResponderEliminarUn beso
Hola ardilla, has sabido transmitirnos con este relato esas espectativas y miedos de la niñez, junto con esas paradas, en las idas y venidas, hacia el colegio de pequeñas. Mi camino tenia celindas en vez de glicinas.
ResponderEliminarBesos
¡Ah! y bonito poema el que te ha dedicado izara.
Hola guapos y guapas. Muchas gracias por vuestros comentarios. Es un placer veros por aquí.
ResponderEliminar----------------
Korina: Esa casa estaba en el pueblo que viví antes de venir a Francia. Por suerte, todavía queda alguna de aquellos años de esplendor, pero ninguna como aquella de la torre circular.
Gracias por la visita. Un abrazo. :)
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Sinuhé:
Es curioso, siendo niños pensamos en el futuro, en lo que haremos, en lo que seremos... Y cuando somos adultos se nos van los ojos sin remedio al pasado.
Gracias por venir :)
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Izara: Veo que han vuelto las musas. Muchas gracias por el poema. Como todos los tuyos, está cargado de verdades.
Que no se pierdan las ganas de soñar. Quien lo hace es porque está muerto.
Un fuerte abrazo para ti y tus jaras
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Hola Annick:
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo.
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Mari Jose:
No te ansíes que en cuanto sepa algo te escribo. Te lo prometo.
Un abrazo.
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Felisa:
Agradezco mucho tus palabras. Me dan fuerza, me animan a seguir escribiendo y sabiendo lo sincera que eres, más.
un abrazo fuerte.
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Isabel:
Es curioso como caminos tan distintos pueden tener elementos comunes. Recuerdos y vivencias parecidas.
Muchas gracias por la visita.
Un abrazo.
Hola Ardilla.
ResponderEliminarLas casas encantadas tienen mucha miga.
El relato precioso y entretenido.
Y que nunca nos falte la magia.
Besos.
Siempre aprendo algo en tu blog, Ardillita.
ResponderEliminarMe encantan esas flores, pero hasta hoy no sabia que se llaman glicinias, y es que eres una enciclopedia viviente de la naturaleza.
Por cierto, como necesito de tu sabiduría, te he escrito un mail, con una preguntita.
Seguro que la sabes.
Un besito
Hola Ardilla, siempre que un lugar emblemático, misterioso o entrañable desparece, algo desparece con él, pero su recuerdo siempre esta presente, aunque parezca raro la mente vuelve hacia atrás rebobinando, como una cinta de casette.
ResponderEliminarQue bonito relato. Un beso
Que no falte Celia. Gracias por la visita.
ResponderEliminarUn abrazo
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Tag, Qué mas quisiera. Se llaman glicinias o glicinas. Los dos los contempla la RAE. En el caso de glicina, también es un aminoácido presente en el azúcar de caña y en los colágenos.
Lo aprendí ayer o sea que de la enciclopedia arbórea no te fíes en exceso.
Ya te he mandado la respuesta a tu petición de S.O.S jajaja. Si necesitas algo más me dices.
Ardilla...qué lástima!!!!cuánto lamento que esa calle se quedara sin el encanto y el perfume de aquella casa y de aquellas flores...
ResponderEliminarBellísimo relato!...me senté cerquita de tus recuerdos.
Un abrazote!
Huy, se me coló Abi, mientras estaba escribiendo y no le vi.
ResponderEliminarMuchas gracias a tod@s.
Neo, un besito