De entre los singulares personajes que aparecieron en esa salmodia de orígenes llamaba mi atención "Carretas". Vivía en el tercer bloque, junto al parque infantil y el aparcamiento. En realidad su nombre era Pedro; aunque nadie le llamaba así. Tan curioso apodo fue importado por unos viejos conocidos suyos, decían que a "Carretas" le gustaba mucho el vino en su juventud, y en no pocas ocasiones lo llevaron a su casa con los pies arrastrando. Las marcas dejadas por la suela de sus zapatos daban cuenta del paso de "la carreta". Sentó la cabeza y se apartó del alcohol; no obstante el apelativo le persiguió toda su vida. Viudo, vestía siempre de negro y de su boca asomaba sempiterna la colilla de un cigarro sin filtro.
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domingo, 4 de abril de 2010
"Carretas" y los cambios de un paisaje
El barrio se construyó para los trabajadores de la nueva planta envasadora de gas; gente venida de todos los rincones de España. Andaluces, gallegos, madrileños, murcianos, extremeños... Los niños crecímos felices en aquellos pisos apartados del casco urbano, en medio de bosques y naturaleza.
De entre los singulares personajes que aparecieron en esa salmodia de orígenes llamaba mi atención "Carretas". Vivía en el tercer bloque, junto al parque infantil y el aparcamiento. En realidad su nombre era Pedro; aunque nadie le llamaba así. Tan curioso apodo fue importado por unos viejos conocidos suyos, decían que a "Carretas" le gustaba mucho el vino en su juventud, y en no pocas ocasiones lo llevaron a su casa con los pies arrastrando. Las marcas dejadas por la suela de sus zapatos daban cuenta del paso de "la carreta". Sentó la cabeza y se apartó del alcohol; no obstante el apelativo le persiguió toda su vida. Viudo, vestía siempre de negro y de su boca asomaba sempiterna la colilla de un cigarro sin filtro.
De entre los singulares personajes que aparecieron en esa salmodia de orígenes llamaba mi atención "Carretas". Vivía en el tercer bloque, junto al parque infantil y el aparcamiento. En realidad su nombre era Pedro; aunque nadie le llamaba así. Tan curioso apodo fue importado por unos viejos conocidos suyos, decían que a "Carretas" le gustaba mucho el vino en su juventud, y en no pocas ocasiones lo llevaron a su casa con los pies arrastrando. Las marcas dejadas por la suela de sus zapatos daban cuenta del paso de "la carreta". Sentó la cabeza y se apartó del alcohol; no obstante el apelativo le persiguió toda su vida. Viudo, vestía siempre de negro y de su boca asomaba sempiterna la colilla de un cigarro sin filtro.
Cada día después del trabajo, cuando el resto de vecinos echaba la siesta o descansaba en el sofá tras la comida, "Carretas" salía a su terraza con un pitillo prendido entre los labios. Permanecía apoyado en la barandilla fumando y sumergido en sus pensamientos, hasta que los últimos rayos de sol suaves y anaranjados lamían de soslayo la fachada del edificio. Lo veía desde mi ventana al sacudir las alfombras, limpiando los cristales, recogiendo la ropa del tendal... Con el paso de los años su figura azabache y humeante formó parte del paisaje, como las flores de los parterres, las farolas o el abeto que los vecinos decoraban en navidad. Sospecho que en cierta forma, todos los que vivimos en aquel barrio lo fuimos. Las mismas caras, los mismos gestos repetidos, las mismas voces... y a pesar de que ciertas viviendas cambiaban de propietario, en esencia, el conjunto permanecía igual.
Así fue hasta aquel aciago día. Recuerdo que volvía con mi hijo del pediatra. Aparqué el coche y de camino a casa pasamos junto a "Carretas", como siempre reclinado en la baranda, taciturno, rodeado de filigranas de humo. Al vernos apartó gentil el cigarrillo de su boca y saludó:
— ¡Hola, vecina!
— ¿Qué hay, "Carretas"? - Inquirí sin detenerme.
— Pues ná, aquí estamos.
No cruzamos otras palabras, él no era muy hablador y a mi me esperaban en casa. Quedó allí con la colilla haciendo equilibrios en su boca; envuelto en sombras, absorto en sus recuerdos, silencioso...
En la madrugada, en medio del sueño más profundo, el eco de un gran estruendo me encogió el corazón. Palpé el suelo con los dedos de los pies buscando las zapatillas y a tientas encendí la luz. Tiempo atrás se recibieron llamadas de bromistas haciéndose pasar por la banda terrorista ETA, amenazando con detonar el tanque comunitario de gas o las esferas de la planta de envasado. Me asusté, el suelo estaba lleno de cristales y los alaridos que oí través de la persiana indicaban una verdadera tragedia. Corrí a la habitación de mi hijo. Su ventana también estaba rota y él tan quieto... Fue un milagro que ni la explosión, ni lo que vino después lo despertasen.
Al subir la persiana del salón vi las puertas de infierno. El tercer bloque de pisos tenía la apariencia de un bizcocho al que han mordido por un lado. Los extremos continuaban en pie, mas los pisos centrales habían desaparecido. En pocos minutos el barrio se llenó de sirenas azules y naranjas; policía municipal, protección civil, grúas, bomberos, ambulancias... Unos vecinos se echaron a la calle de inmediato y otros, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo, nos quedamos anclados al pie de una ventana escuchando gritos de dolor, gritos ahogados por los escombros, gritos impotentes... Media hora más tarde la noche quedó inmersa en un silencio apenas roto por las botas del equipo de rescate. Despuntaban las primeras luces del alba cuando sacaron el último cuerpo.
El día amaneció cubierto por una niebla pastosa y fría; como si el sol, también estupefacto, se negara a salir. El bloque de pisos, herido de muerte, surgía entre las brumas como un buque fantasma y en las ramas de un árbol como si de un tétrico sudario se tratara, ondeaba lánguida y azul una sábana de seda. Transcurrieron varias semanas antes de que los buldózer demoliesen el resto del edificio y los camiones, poco a poco, trasladaran los pedazos a un vertedero. La justicia concluyó que fue un fatal accidente y el responsable del desastre, ironías del destino, también fue indemnizado como víctima.
Tras cinco largos años de trámites, papeleo, y obras, las familias realojadas volvieron a sus casas. La vida siguió. El sol entibió nuestros rostros cada día y al cabo de un tiempo el contorno del nuevo edificio borró el perfil del viejo. Quedó diluido como una lágrima en el agua. Se hubiera dicho que todo fue producto de un mal sueño, que la pesadilla terminó, que todo estaba como siempre.
Una mañana, al tender la ropa, me di cuenta de que algo no encajaba. En el bajo del tercer bloque faltaba la silueta del viejo "Carretas" apoyado en la baranda. El paisaje estaba incompleto, como el libro al que arrancan una hoja o la baraja con una carta de menos. Nada volvió a ser igual.
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"Carretas" es un personaje de ficción enmarcado en una experiencia real.
ResponderEliminarEl 8 de abril de 1993 un escape de gas provocó una explosión en el barrio donde me crié. Doce hogares fueron destruidos. Murieron cinco personas, tres de la misma familia. Hubo varios heridos, uno de ellos muy grave que logró recuperarse gracias a su juventud.
Se van a cumplir diecisiete años y lo sigo recordando con rabia e impotencia. A veces, la justicia es más legal que procedente.
Buena semana a todos.
Mi querida Ardilla, tus palabras reflejan esa sensación de impotencia y malestar ante tan trágico suceso que podía haber ocurrido en cualquier lugar pero que te tocó tan cerca que hace que aún lo tengas en tu mente.
ResponderEliminarQuizas este relato te sirva de catarsis. Así lo deseo.
Un bsazo y felices sueños
Que decir Ardi:
ResponderEliminarLa forma del relato es muy hermosa,
la forma de la vida, es una nube..
..cambiante... caprichosa.
Hacer que vuelen en ella sueños
a pesar de tantas cosas..
que nos hieren, es lo difícil,
pero es la manera de escribir,
con nuestros dedos,
en las estrellas.
Un fuerte abrazo.
Vaya, Ardi, no sabía que fuera un suceso real en tu vida.
ResponderEliminarAl incorporar al bueno y sempiterno de Carretas has dotado al relato de una gran belleza de sentimientos.
No me extraña que ya nada fuera igual, existen en nuestra vida personas con las que nos comunicamos a otros niveles y con saber que están ahí, es suficiente...Si faltan...¡ay, Ardi, si faltan...!
Un abrazo y buena semana.
Esa dura experiencia ha tomado cuerpo literario con fuerza y mucha sensibilidad. En nuestras vidas aparecen personajes difíciles de olvidar, y les muestras cariño.
ResponderEliminarFeliz Semana.
Besos.
Ardi, no sé si es de configuración pero en vez de ver la rayita acotando el díalogo veo un 3\4 jejejej y me choca mucho, jejeje; así no se le escapa a nadie.
ResponderEliminarARDI,RECUERDO ESE FATÍDICO INCIDENTE Y NO ME EXTRAÑA QUE TE INDIGNES ..ES LO NORMAL.
ResponderEliminarMIL BESOS DE REGRESO.
MORGANA.
Gran historia amiga, y genialmente relatada. Y visto tu primer comentario aún atrapa más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Te felicito por la historia. buen inicio de semana
ResponderEliminarEs curioso como algunos hechos de nuestra vida quedan gravados a fuego en nuestra mente por la enorme importancia que les dimos. La magnitud que tuvo para ti aquel suceso hace que aun hoy perdure en tu mente con autentica frescura y que hayas podido relatarlo de forma tan maravillosa. Y seguro que aunque "carretas" sea un personaje de ficción, devió existir algún vecino un tanto peculiar que murió y dejó en ti su huella.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Uff... qué tremendo suceso, Cati. Se me han puesto los pelos de punta. Muy bien narrado.
ResponderEliminarBesos
Hola Ardilla, así que el Carretas era inventado, casi qu eme lo esperaba, pero también que fuera todo inventado y que no tuviera que ver con la ralidad del pueblo en el que te criaste, con lo que eso de: nada volvió a ser igual toma mas realismo y dramatismo.
ResponderEliminarPero que bien escribes "joía" que haces que entremos en tus relatos de una menra real "viendo" a todos los personajes en carne mortal y estando incluso dentro de al habitación de tu hijo viendo como duerme mientras que los cristales de las ventanas forman una alfombra cortante en el suelo.
Un besazo
el lio de Abi
Experiencias de ese tipo no se olvidan nunca. La impresión quedará grabada en tu memoria.
ResponderEliminarUn abrazo.
Acontecimientos como el que narras, al igual que otras penosas circunstancias de la vida, nos muestran la incapacidad de la persona humana ante la furia desatada.
ResponderEliminarEn esas ocasiones solo nos resta acompañar, a veces en silencio, a víctimas y damnificados.
Feliz Pascua.
Un saludo
Escalofriante foto fija de un barrio cercenado por una estadística fria ... que impotencia a veces... que impotencia...
ResponderEliminarUn abrazo.
Tremenda experiencia, de esas que marcan un antes y un después.
ResponderEliminarLo has relatado muy bien.
Abrazos.
Historia triste y melancólica,pero muy bien relata, no me extraña que el nuevo paisaje te traiga recuerdos.
ResponderEliminarBesos, hasta pronto.
Que fuerte que es cuando estas situaciones que leemos en diarios o vemos en el noticiero nos tocan de cerca!
ResponderEliminarBesotes
Gracias a todos por el tiempo que me habéis dedicado y vuestras palabras. Sois muy amables.
ResponderEliminarAbrazos a repartir.
Querida Ardilla:
ResponderEliminarHas relatado magistralmente, una parte dolorosa de la vida, que por desgracia, cada vez, se hace más dispersa a nuestros ojos, por ser ya... algo cotidiano. La tragedia ajena se mira, como si fuera una película sin más.
Un abrazo, amiga.
Reguapa....je,je...
ResponderEliminarBesazos.
Hay desgarro en tus palabras, Ardilla, las ramas crujen como si fuera a romperse.
ResponderEliminarAdemás, qué curioso, "Carretas", fue un vecino de mi infacia -creo que aún vive-, y apodado por la "carretadas" de vino que llevaba a su casa; el cigarro, de picadura, amarillento a la altura de la boca por la humedad de la saliva, también colgaba de sus labios a todas horas. Tal cual, pero de pueblo y casa de planta baja.
Bikiños
¡Madre mia, que susto!
ResponderEliminarDebió ser horrible, despertarse y ver esa catastrofe.
Y el pobre Carretas, al que nadie echó de menos, que triste, pero realmente deben existir personas así, que desaparecen y nadie se da cuenta.
Besitos
Casi siempre nos cuentas tu mundo, tan real como soñado/idealizado, de la infancia y las vacaciones en el pueblo. Hoy nos cambias por completo la película y nos trasladas al barrio obrero y a una historia triste en un mundo gris. Y, para no variar, te nos metes debajo de la piel y nos remueves los cinco sentidos. O los seis.
ResponderEliminarA nivel "técnico", me quedo con esa reiteración de la palabra "gritos", que provoca ecos en el cerebro y hace que los oigamos de verdad.
Ha salido ya el sol? Se han ido los cuervos?
Por aquí luce radiante, te mando un poco si hasta ahí no llega.
:)
Siempre hay algunos sucesos en nuestra vida que marcan de alguna manera un antes y un después. En este caso, un escape de gas, una explosión y la muerte de cinco personas, llevaron a tu ánimo un sentimiento de rabia e impotencia que, aunque atenuada por el transcurso del tiempo, aún perdura.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pepe.
Ingeniosa la forma como involucras actos de terrorismo en este relato. Eso logra impactar más al lector.
ResponderEliminarBuen relato. Gracias por compartirlo.
Un fuerte abrazo.
La crónica tiene sentimiento y mucho de poética aunque sea un texto en prosa. Me ha gustado mucho. Saludos.
ResponderEliminarCelia,Morgana, Xose, Tag, Teresa, Pepe, Salvador y Paco: Gracias a todos por vuestros comentarios.
ResponderEliminarSiempre quise homenajear de alguna manera a aquellos que compartieron suelo y cielo conmigo y fueron victimas de una muerte evitable.
Celebro que las palabras escogidas hayan mostrado siquiera levemente lo que vivimos aquella noche.
De nuevo, gracias a todos por leerme.
Mi sufrimiento no ha solido ser cuantificable facilmente. Mi dolor, a rachas a lo largo del dia, me atenaza.
ResponderEliminarEl tiempo apagarà, sin duda alguna una parte de mi recuerdo.
Al menos, èsta ha sido siempre mi esperanza.
En esas manifestaciones de las Asociaciones de las Víctimas del terrorismo, por lo demàs habrà habido que haber acudido primeramente con alguna llaga. Mi motivaciòn, no la poneta nunca un devernir despreocupado.
Tu personaje, me parece bien trazado. El tiende a confundirse en mi mente con un paisaje. Si no èste, a fin de cuentas pasarìa desapercibido.
Tèsalo