Placer adulto

Este relato, aunque está algo cambiado, tampoco es nuevo.   Se lo quiero dedicar a Felisa Moreno, que se ha revelado adicta a mis relatos "dulces". Espero que os guste. 

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Como una niña que escondida empieza el paquete de las golosinas, disfruto de su sabor también cuando está vacío. Arrastro el dedo en su interior y lo acerco a mis labios, con esa mirada inocente de los ojos que miran al cielo. En ese momento, podrían crecerme dos alas doradas al tiempo que traviesos diablillos cosquillean mis pies. Sin querer incluso, alguna vez se despiertan en mis manos otros apetitos; pero nada es comparable a lo que me ocurre cuando abro el bote por primera vez. 

Desenrosco la tapadera y el leve crujir del aluminio del precinto anticipa lo que irremediablemente va a suceder. El aroma del cacao, delicado y volátil penetra por mi nariz, me insinúa playas lejanas de arena blanca y palmeras, donde cuerpos desnudos de piel morena yacen al sol frente a un mar cristalino y perfecto. Pierdo el sentido de las proporciones, el tarro se hace cada vez más grande y yo puedo verme sentada en el borde de su gigantesca boca, con las piernas colgando hacia esa superficie satinada y lisa.   Parece llamarme en silencio, salta… salta… salta…

La puntita nada más, tan solo la puntita del dedo, pienso mientras lucho contra mis propios instintos. Los pequeños demonios que pueblan mis pies me tiran de los tobillos para que caiga. La tentación es tan grande...

El príncipe de Beukelaer me observa desde sus áureas galletas. Las magdalenas, espectadoras privilegiadas pegan su cara de luna llena al plástico del envase para no perderse el evento, y desde el primer estante del armario, ensordecidas por las bolsitas de té me animan las voces entusiastas y dulces de los bastoncillos de canela, ¡hazlo ya!… ¡hazlo ya!

Un segundo… dos… tres… hasta que totalmente ebria por el aroma del cacao me entrego, sucumbo al placer de ahondar con mi dedo corazón en la densa crema, para al fin llevarlo a mi ya acuosa y dispuesta boca. La lengua, excitada, acaricia la dulce suavidad del chocolate alrededor de mi dedo y mis labios desbordan de puro gozo al chupetearlo. Si, cuando esto ocurre, alcanzo un almibarado clímax en mi interior. A veces no puedo evitar sentirme culpable, pero ¿quién no se somete al placer alguna vez?.