Tornasoles

Mi llegada al mundo no fue fácil. El medio en el que reposaba, hasta ese instante plácido y sereno, comenzó a sufrir repentinas sacudidas. Ante mi se abría la ventana a un espacio desconocido y temí caer al vacío. No fue así, la fuerza de unos brazos me sostuvo y me llevó en volandas.

Desde entonces, he visto las cosas sobre mi cabeza y también por debajo de mis pies… globos de colores, destellos cristalinos en las aguas de una fuente. He sido testigo de la alegría de los niños y como la bailarina de una caja de música, he danzado etérea yo también. Saltando, girando, haciendo cabriolas en el aire…

Este mundo que tanto me asustó al nacer, me ha regalado risas, luces, formas y colores que nunca imaginé. Sin embargo la felicidad puede ser escurridiza y escaparse igual que un pez al resbalarse entre las manos.

Convencido de descubrir el más extraordinario de los tesoros, me ha señalado con su dedito tierno y regordete. No he podido evitar mirarle a los ojos y en el fondo oscuro de su negra pupila, se han reflejado los tornasoles de mi finísima corporeidad. En ese instante he sido consciente de mi inexorable destino.

Ahora soy una mancha húmeda en su mano y desapareceré en pocos segundos, pero a pesar de todo, la mía está siendo una muerte feliz. Fenecer siendo tocada por el dedo de un niño, es una suerte que corremos muy pocas pompas de jabón.