Haciéndome eco de los consejos del ACIR Compostelle, la Asociación de Cooperación Interregional de los Caminos de Santiago, quise llevar como compañero de viaje su cuaderno descriptivo de la vía de Arlés, una versión reducida de otras guías que siempre son voluminosas y pesadas. El gramaje es importante cuando se trata de llevar el peso cargado a la espalda.
El día de la primera etapa Toulouse - Léguevin se levantó gris y amenazante de lluvia, lo que no impidió que iniciara el Camino con ilusión y muchas ganas. La salida de Toulouse fue sencilla, se trataba de ir siempre en linea recta, los problemas comenzaron para cruzar Colomiers, población adyacente a la gran urbe.
Me equivoqué varias veces; aunque no me hizo falta abordar a nadie, mi aspecto debía inspirar la compasión suficiente para que la gente se acercara a ofrecerme su ayuda. Dos horas mas tarde, con las indicaciones de un señor muy amable conseguí orientarme y tomar el camino correcto. De vez en cuando salia a mi encuentro el emblema europeo que imita la vieira del peregrino y todo fue rodado, curiosa expresión cuando el recorrido se hace andando.
Léguivin me recibió en plena siesta, con los comercios cerrados y nadie por las calles. El hospitalero con el que hablé antes de salir de casa me dijo que el albergue de Saint Jaques permanece abierto las 24 horas y que si no encontraba a nadie, me instalara con total libertad, que él vendría sobre las seis y media de la tarde. Eso hice, dejé mis botas en el mueble preparado para tal menester y elegí una de las ocho camas. Tomé una ducha, me preparé unos espaguetis que encontré en la cocina y me disponía a estudiar el recorrido de la segunda etapa cuando llegaron los siguientes peregrinos, Charlotte y Pierre, una pareja muy joven que venía desde París.
El hospitalero entró como una aparición en plenas presentaciones, elevando su voz sobre las nuestras cabezas —Bien, pues ya estamos todos, vamos a sentarnos y hablemos de la etapa de mañana— Tomamos asiento y lo primero que nos dijo fue que no aconsejaba seguir la ruta marcada en mi cuaderno porque mucha gente se había perdido. Ese era mi único manual de orientación , así que el comentario me cayó como una jarra de agua helada. Pierre me miró con gesto de no cunda el pánico y sacó de su mochila una de sus guías. Era un modelo grande en la que venían mapas de la zona muy detallados y fotografías del recorrido. El hospitalero marcó unas lineas en los puntos conflictivos y antes de marcharse nos recordó la regla básica que todo peregrino debe respetar: dejar el lugar en las mismas condiciones que lo encuentra.
El sol descendía al mismo tiempo que el cansancio se instalaba en nuestros huesos y tras compartir una ensalada de patatas con atún y unas manzanas, a las ocho estábamos los tres en la cama. Antes de apagar las luces y puesto que íbamos al mismo sitio, quedamos en recorrer la etapa juntos. Esa noche dormí bien, confiada y con la tranquilidad que dan unos pies sin ampollas. A las seis de la mañana estábamos hartos de estar en la cama, recogimos nuestras cosas, degustamos con placer unas tostadas con mantequilla y miel que Charlotte preparó con esmero y emprendimos la marcha. A pesar de mi buena forma física, era evidente que su ritmo era mas rápido y y enseguida los perdí de vista; aunque pronto los alcancé, me esperaban bajo la sombra de un árbol en el primer cruce de caminos. Así continuamos hasta que en uno cruces sólo encontré un enorme vacío. El pánico me invadió y el dolor sordo en uno de mis tobillos consiguió sin esfuerzo mi rendición, ni siquiera pregunté la dirección correcta a la gente del lugar, una hora más tarde, sola y desmoralizada, subía a un autobús que me llevaba de regreso a casa.
Los primeros días lo tomé como un fracaso, pero ahora lo veo como un aplazamiento. La credencial dura toda la vida y Santiago no se marchará, el verano próximo lo conseguiré.
Ke monas las ardillas , chulísimas , buen blog y suerte :)
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