En mi jardín tengo un árbol. Me gusta tumbarme a sus pies y escucharlo, susurra secretos agitando sus hojas. Es muy presumido, en otoño las luce de varios coores; amarillo, naranja, rojo, marrón... También es generoso, no duda en desnudarse para que el sol entibie mi piel en invierno y en primavera llenarse de hojas verdes para protegerme de sus rayos todo el verano.
Desde su copa puedo ver el mundo. Trepo a las ramas asida a su tronco, me aferro a sus flancos y lo apretujo contra mi pecho como a un niño y agradecido me premia con el aroma salvaje de su corteza. Mi árbol es robusto, áspero, tierno y frágil al mismo tiempo. Escucho su latir al abrazarlo, percibo la savia de sus vasos, la siento en mis dedos palpitar. ¿Se puede amar a un árbol? En su cuerpo he grabado mis iniciales dentro de un corazón.
Desde su copa puedo ver el mundo. Trepo a las ramas asida a su tronco, me aferro a sus flancos y lo apretujo contra mi pecho como a un niño y agradecido me premia con el aroma salvaje de su corteza. Mi árbol es robusto, áspero, tierno y frágil al mismo tiempo. Escucho su latir al abrazarlo, percibo la savia de sus vasos, la siento en mis dedos palpitar. ¿Se puede amar a un árbol? En su cuerpo he grabado mis iniciales dentro de un corazón.
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